A todos los presentes frente al escenario nos unió un sentimiento: el deseo de ver a la banda más excesiva del rock cometer sus irreverentes locuras sobre el escenario
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Con desbordante sensualidad y maestría, Aerosmith, más efervescente que nunca y en todo su esplendor sesentón, abrió sus alas para lucirse en Lima. Pocos minutos después de las nueve, y luego de que los Amén regalaran momentos de su buena música ante un recinto repleto, una cortina con el logo alado cubrió el escenario, haciendo estallar a gritos al ansioso público que no podía esperar por ver a los descarados chicos de Boston.
De un momento a otro, se ordenó que el telón cayera, escuchándose de inmediato los redobles de Joey Kramer, mientras que Steven Tyler encabezaba la salida del grupo al ritmo del contagiante “Eat The Rich”. A sus costados Brad Whitford, Tom Hamilton y Joe “Fuckin” Perry (así lo presntó Steve), completaban la performance de una sensacional banda envuelta en harapos americanos cuya vida fue una avalancha tremenda de éxitos y fracasos, de halagos y adicción, de los mejores honores y de una violenta autodestrucción. Todo entregada al precipicio de la multitud que fue a escucharlos.