Un joven crítico, un viejo escritor, un editor ladrón y una mujer que lo traicionó son las víctimas en “Morirás mañana”. El periodista ya tiene otra novela escrita, que se publicará después de su muerte.
Ha dejado las historias autorreferenciales y ha cogido una pistola con silenciador para salir a matar: en la primera novela de la trilogía “Morirás mañana”, Jaime Bayly nos presenta a Javier Garcés, escritor de calenturientas novelas de enorme éxito, que después de visitar al médico, descubre que le quedan solo seis meses de vida. Garcés no quiere morir como una buena persona. Quiere abandonar el mundo llevándose primero a las personas que más odia: a Alma Rossi, la mujer que amó y que lo traicionó, a un crítico-escritor frustrado, a un escritor que votó en su contra en el Premio Nacional de Novela, al periodista que lo echó del periódico donde colaboraba y a un editor ladrón y mafioso que publica sus libros sin pagarle regalías. “Quienes se sientan aludidos, saludos para ellos”, me dice.
“Yo no habría escrito esta novela si no hubiera leído la trilogía de Stieg Larsson —confiesa Bayly—. Larsson me humilló como escritor y me drogó como lector. Me mostró que unas pocas novelas pueden tener una sustancia narcótica, adictiva, que el escritor deliberadamente crea e introduce en ellas. Pensé que, si Larsson me había raptado de esa manera como lector, yo tenía que intentar hacer algo parecido. Antes de este libro, todas mis historias partían de experiencias propias. En ninguna me propuse introducir esa sustancia narcótica. Ahora quiero enganchar al lector, hacerlo adicto a una novela. Evidentemente, este es un esfuerzo minúsculo en comparación con la estatura colosal de la obra de Larsson”.
En “Morirás mañana: el escritor sale a matar”, escribes sobre lo que nadie se atreve: matar a los colegas escritores. ¿El odio puede ser el material de trabajo para un autor?
Estoy convencido de que el odio, el rencor, es un combustible. Sirve de estímulo para escribir. Raramente se escribe desde el amor o la alegría. Se escribe desde la frustración, el despecho, la venganza. Por otro lado, todas las personas queremos matar a un puñado de cabrones que bien merecen morir, solo que no lo hacemos porque el costo resultaría mucho más elevado que el beneficio. ¿Quién no ha fantaseado con matar a alguien? En ese sentido, creo que los escritores nos odiamos más entre nosotros que personas que ejercen otros oficios. Esta es una novela para escritores, en la medida que creo que revela cuánto puede odiar un escritor a otros escritores.
O al sistema literario…
Al “establishment” literario, sí. El libro intenta mostrar cuánto nos odiamos soterradamente los escritores con los críticos y los editores, ¡cuando deberíamos ser colegas!
Es sintomático que primero el protagonista mate a su crítico y al escritor que no le dio el premio, y luego al editor que le robó. ¿A los escritores le afectan más los ataques al ego que al bolsillo?
En la lista de sus enemigos, quienes la encabezan son aquellos que lo han humillado con una crítica venenosa o con un voto dirimente que le negó un premio. Esto tal vez revela que Javier Garcés es, como todos los escritores, vanidoso. La humillación pública a los escritores nos duele mucho, más cuando proviene de otro escritor. Yo llevo 20 años escribiendo, y uno nunca consigue blindarse emocionalmente contra las críticas más insidiosas. Siempre te hacen daño y te dejan con ganas de vengarte. ¡Y no puedes hacerlo! La novela tiene una dimensión sanguinaria, claro, pero más que una historia policial, es una novela sobre la miseria del mundo literario.
Además, con policías “más brutos que una pared”, como los llama tu protagonista, es difícil hacer una verdadera novela negra…
[Ríe] ¡Claro, saldría gris! Garcés, que no tenía planeado convertirse en un asesino en serie, se da cuenta de que vive en el mejor país del mundo para serlo. ¡Acá no te descubren nunca!
Creo que eres algo cruel cuando, en la novela, los policías presumen que un hombre con tres disparos en el pecho pudo haberse suicidado… ¿Te divertiste escribiendo este libro?
¡Mucho! Creo que, si bien es evidente que esta novela es una hija bastarda de Larsson, ¡la Zaraí de Larsson! [ríe], es evidente que es muy distinta. Hay muchos matices humorísticos, mucho venenillo sarcástico, uno está haciendo una sátira de la vida peruana. Me he reído mucho escribiéndola y matando a mis enemigos imaginarios. Porque, no te voy a mentir, cada uno de ellos está inspirado en una persona real.
Lo curioso es que, cuando el protagonista va matando escritores, a nadie le importa…
Exacto. La novela demuestra que los escritores, en el Perú, somos fantasmas. Y cuando tú matas a un fantasma, nadie se entera. Ni siquiera existimos los escritores de éxito. Nos lee muy poca gente, ganamos muy poco dinero, tenemos que trabajar en otros oficios para pagar las cuentas. Si en lugar de matar a tres escritores hubiera asesinado a tres políticos o a tres vedettes, ni te cuento la que se hubiera armado. La literatura ha dejado de interesar. Es algo descorazonador que los medios en este país ignoren por completo el mundo literario.
¿Alma Rossi, aquella masculina mujer que traicionó a Javier Garcés, es un guiño a Lisbeth Salander, la heroína lesbiana, gótica y punk de Larsson?
Sí. Ahora estoy escribiendo la segunda parte de la trilogía que se titula “El misterio de Alma Rossi”, allí se revela por qué Alma no se deja nunca penetrar, cuáles son los traumas que la han dejado tan jodida, por qué no confía en nadie. Sí, a Lisbeth le ocurre “todo lo malo” y como consecuencia de ello se convierte en una criatura desalmada, inescrupulosa, con una inteligencia y cinismo devastador. Alma Rossi podría ser Lisbeth con 20 años más. No es una pirata cibernética, no es lesbiana ni bisexual, pero sí es una criatura malherida.
Si Javier Garcés se lanza a la aventura de asesinar a sus enemigos, es porque no tiene nada que perder, condenado como está a morir por un tumor cerebral. Cuando confiesas tus problemas de salud, ¿es realmente una forma de meterte en el personaje protagónico de tu novela?
A mí me gusta contar las cosas como son. Y estoy obstinado a terminar esta trilogía antes de que la vida termine conmigo. Creo que, de todo lo que dejaré escrito, esto será lo menos malo. Esta novela parte de tres hechos más o menos dramáticos en mi vida: el primero fue drogarme con la trilogía de Larsson. El segundo, vivir en Bogotá, una ciudad cargada de muerte. Me sentía vivir en una ciudad donde la vida vale menos. Y el último hecho fue tener una crisis hepática. Mi hígado funciona a menos de la mitad. Algunos médicos me han recomendado que me haga un trasplante y yo he decidido que no. Todos me recomiendan que deje de tomar pastillas porque son ellas las que me han ocasionado el daño hepático y pancreático. Y no puedo dejar de tomarlas. He tomado la decisión de no cambiar de hígado y vivir con él hasta que no dé más. Esto, evidentemente, cambió mi percepción del tiempo: me siento como Javier Garcés, aunque por razones distintas. Todos tenemos los días contados, pero yo los tengo aun más contados. No creo que mi hígado aguante cuatro años. He dejado a Sandrita [su ex esposa] una novela escrita, que se titula “La sagrada familia”, con instrucciones muy precisas de que se publique cuando yo ya esté debidamente cremado y espolvoreado en alguna playa de la Costa Verde [ríe]. A propósito, uno nunca sabe por qué le dicen la Costa Verde, ¡si es tan gris!