Problemas técnicos la hicieron parar en seco a segundos de comenzar. Cantando sobre una silla en medio del público y con muchísima fuerza, la española consiguió revertir la situación
Entra al escenario confiada y con una gigantesca sonrisa en los labios. Agarra el micro convencida. Comienza a cantar. Algo no va bien. Su guitarrista parece ofuscado. Empieza a mover los brazos frenéticamente. “No escucho nada”, musita.
“Rosana” para su embriagador canto. Mira a un lado, mira al otro. Luego se decide a hablarle al público que se congregó en el centro de convenciones Scencia de la Molina para verla brillar, a la ciudad que después de 10 años la volvía a ver. “Vamos a parar por tres razones. Uno porque no se escucha nada, dos porque mi guitarra no suena y tres porque así aprovechamos para saludarnos”, dice de buen humor. Así comenzó un show algo accidentado, pero repleto de alma, vida, sorpresas, música y femenino poder.
Empieza con un divertido monólogo. “Las palabras trampa”, parece titularlo. Habla de la vez que dijo, durante una entrevista radial en Argentina, que tenía “un constipado que te cagas”, sin saber que allí esa palabra no se refería a tener un resfrío, sino a estar estreñido. Habla de la versatilidad de la palabra “coger”. Se ríe franca y el público parece olvidar que detrás de la mujer que llegó para cantarles reina el caos. La gente parece no ver que un puñado de hombres jalan cables, que un perturbado guitarrista continúa moviendo la cabeza de un lado para otro en negativa señal, que los problemas de audio parecen determinados a no ceder. “¿Arreglado el problema?”, pregunta la cantautora. La respuesta no es positiva. “¿Empiezo a tocar a capella?”, pregunta. El público respalda su iniciativa. Valiente comienza a entonar, armada solo con su guitarra, la primera canción de la noche: “No sé mañana”.
Luego su banda está lista para tirarse a la piscina con ella, aunque los problemas técnicos parecen no estar del todo resueltos. Aunque durante todo el concierto un hombrecito de grandes proporciones subiría en múltiples ocasiones al escenario para hablar con Rosana. “A veces pasan estas cosas, pero siempre son para mejor”, afirma convencida. Es que esta española parece tener un par de virtudes de las que muchos carecen: la capacidad de siempre ver el vaso lleno y el empuje, la fuerza y las ganas para convertir una situación aparentemente negativa en toda una maravilla.
ELECTROSHOCK EMOCIONAL
“Mi trozo de cielo”, le grita a Lima. “Día Tonto”, le explica con picardía, mientras cambia de guitarra, mientras levanta los brazos jubilosa, feliz. Mientras baila al son de su música, mientras toca coqueta junto a su guitarrista, quien ahora, por fin, esboza una sonrisa. Rosana Arbelo parece gozar, tanto como su público, de este encuentro musical.
Luego la cantante le sirve a Lima un agridulce, pero potente coctel. “Aquel corazón”, le canta casi al oído. La gente corea el himno a aquel amor perdido, a ese idilio que probablemente se empeñó en salvar, para luego comprender que “es absurdo querer subrayar lo que borra el olvido”.
“Fantástico”, le dice tras terminar aquel potente y cortavenas tema. Aplaude al público por su buena actuación, pero está decidida. Va a exigirle más. “Todos arriba”, ordena la reina de la noche y sorprende cantando uno de los temas preferidos de la fanaticada, la genial “Hoy”. Luego sigue con una seguidilla de temas de su nuevo disco, “Buenos días mundo”. Sin embargo, la mejor parte del show aún estaba por venir.
PERO REGRESA
“Quiero decirles que voy a hacer algo que le he visto hacer a todos mis colegas. Estoy ensayándolo. Después de 3 canciones voy a hacer como que me voy”, explica. Promete que va a regresar, después de que el público se ponga cuasi afónico de tanto gritarle “otra”. “No me gusta hacerlos esperar mucho (antes de volver a salir), porque después creo que lo que quieren es que salga ‘otra’”, indica. La gente se ríe. “Buenos días mundo”, entona después de un rato para luego dar media vuelta y retirarse del escenario. Con mímicas explica que se va a ir y que si la quieren ver volver, han de volverse locos.
Se apaga la luz. La gente no espera ni un segundo. “Otra”, gritan convencidos. Después de un par de minutos regresa complacida. “Está bien. No teníamos nada preparado, pero bueno”, dice bromista. “Guapa”, le gritan de pronto. “Guapa no, pero sí limpia”, dice cómica como siempre.
Luego se le va la sonrisa y nos canta la que probablemente fue su interpretación más potente de la noche, a pesar de que la mayoría parecía no conocer el tema. “Tormenta de arena”, entona con la voz rasgada, con fuerza. La vemos desarmada, descarnada, a carne viva. Grita poderosa y al público no le queda más remedio que abandonar sus asientos, que ovacionarla de pie.
PEDIDA DE MANO
Una mujer se acerca al escenario y empieza a gritar a viva voz. Parece decirle que cante con Analía Saettone, la telonera del concierto y quien se encargó de calentar a la audiencia antes de la entrada de la española. La mujer continúa gritando. Rosana se acerca a ella. El público muestra su desaprobación. Tras tratarla con respeto y luego de que la mujer se retirara, dice que no quiere quedarse con nada adentro. “Creo que esta noche la forma suya no ha sido la más adecuada”, le dice de frente, la gente la apoya y con un as bajo la manga hace olvidar el tenso momento.
Afirma que le hicieron un pedido. Dice que decidió cumplirlo. Cual Celestina moderna, la intérprete cantará uno de sus más emblemáticos temas, mientras un avezado le pedirá matrimonio a la que seguramente considera la mujer de su vida. “Si tú no estas”, canta Rosana y el hombre en cuestión, ubicado cerca al escenario, se pone de rodillas y saca una cajita negra del bolsillo. La cuestionada damicela parece aceptar feliz el público ofrecimiento y ambos se dan un un gran beso. Rosana mira la escena desde arriba, complacida.
LA GENTE, SU MOTOR
“Lo más bonito que me ha dejado mi carrera es la gente, sin dudarlo. A la gente que ha venido, a la que me he encontrado, a todos los que he abrazado, a la gente que ha estado en mis conciertos, a los que se han llevado mi música. La gente aparece en mayúsculas, en letras imprentas y luminosas”, me dijo hace unas semanas cuando hablé con ella por teléfono, cuando me contó que para ella sus conciertos son “una excusa para estar con el público”. Hoy sé que lo que decía era verdad.
Se baja del escenario. ¿Qué pretende? Con una sonrisa empieza a caminar entre el público, mientras entona la romántica “Contigo”. Decidida sube al segundo piso del lugar. La gente se vuelve loca. La abraza, se toma fotos con ella. Ella sigue cantando. La canción termina, pero ella sigue con su periplo valiente, con sus ganas de acercarse a su gente, a ese motor que la hace seguir cantando. Luego entona el tema más esperado de la noche.
“A fuego lento”, le grita a una Lima en éxtasis. Y llega al frente del escenario que decidió abandonar. Y coge una silla. Y se para en ella. Decenas hacen lo mismo, mientras cantan descontrolados, mientras se mueven acompasados, mientras rememoran los más intensos momentos de pasión de sus vidas. Luego retorna al escenario desafiante. “¿Quieren otra? Pues si quieren otra van a tener que gritar”, dice con voz descarnada y se va, una vez más.
Lima hace lo suyo, le suplica que vuelva. Al poco tiempo Rosana regresa por última vez para terminar de entregarlo todo, para darse entera, para probar que está más que viva y que aquí llegó a gozar y a hacernos sentir, disfrutar y, como dijo en un inicio, “acabar de pie”. Con “Pa’ ti no estoy” termina la cantante canaria. “Pa’ ti sí estoy”, nos dice al final, antes de agradecer, de abrazarse a sus músicos, de mandar besos. Y así terminamos. Exhaustos y sudorosos. Cansados y parados. Pero principalmente, satisfechos y llenos de vida.
Fuente: El Comercio