Por más de dos horas, el guatemalteco ofreció un ‘show’ repleto de detalles y romanticismo a una eufórica Lima
Un encuentro pactado con meticulosa antelación. Un Jockey Club repleto hasta reventar. Una relación que, aún con 2 años de ausencia, está más que vigente; palpable y a carne viva. Una horda de fanáticas que, desde el primer momento, se dieron enteras. Cientos de novios e inmolados acompañantes que miran al frente desconfiados.
Lima está lista. Lo espera arreglada, emperifollada, ansiosa. Los minutos pasan. Una cortina blanca tapa el lugar desde el que él la seducirá, le dirá cosas bonitas, la llenará de frases románticas. La espera desespera. Ella se exaspera. Luego silba, pifea y grita para mostrar su descontento. Él no llega. Lima protesta, pero sabe que no faltara a la cita. De pronto una luz se enciende debajo de la blanca tela. Lima grita excitada. El velo que cubre el escenario por fin se desprende. Lima estalla, aplaude, vocifera, siempre ansiosa, siempre lista. 9:55 p.m, marca el reloj.
Ella entra decidida y entregada a su mundo, a su espacio. Un departamento de dos pisos. Dos escaleras de acero. Una cama, una sala, una nutrida biblioteca. Un grupo de músicos. El escenario más impactante y bien hecho que vi, al menos, en los últimos tiempos.
Un trompetista entra en escena y con su isntrumento da la voz de inicio. Luego comienza lo que presume ser un programa de noticias. “Buenas Noches. Esto es Metamorfosis (el nombre de la gira). (…) Hay un frío polar en Acapulco… En otras palabras, la cosa está cabrona”, apunta una guapa seudo conductora que finalmente resultó ser una violinista que terminó haciéndola linda en el show. Los músicos comienzan luego a tocar una melodía. “Vida”, comienza a entonar un Ricardo Arjona omnipresente: que aún no se deja ver, pero que se siente. Los gritos continúan perforando los oídos.
DIME SI ÉL
“¿Te gusta Arjona?”, me pregunta entre sorprendido y despectivo. “No mucho, pero me sé una que otra canción. Es como un placer culposo, de vez en cuando lo escucho”, digo sin mentir, pero sin mencionar que me sé de memoria al menos unos 20 de sus temas y que tengo decenas de sus composiciones en mi Ipod, porque de vez en cuando lo uso de ‘soundtrack’ para autoflagelarme. Arjona tiene una fiel y enorme fanaticada, pero también una irascible y multitudinaria banda de detractores, de destripadores. Esos que critican sus rimas predecibles, su cursilería tildada de “barata”, su facha y especialmente sus letras. Pero ayer el guatemalteco se propuso justificar que merece su éxito y, quizás, incluso convencer a los escépticos, a los mordaces, a los pocos detractores que, de seguro arrastrados por el amor, pisaron su concierto.
Por fin ingresa a través de una abertura en la biblioteca. Mira a Lima a los ojos. Sonríe, seductor. El conoce a su público, sabe lo que quiere; un amante experto que sabe exactamente qué puntos tocar para llevarla a la gloria. El recuerdo de un buen vino me viene a la cabeza; Arjona definitivamente se pone mejor con los años. Lima no puede más. Está parada y con el corazón abierto. Él, conocedor de su negocio, parece cantarle solo a ella. “Lo que está bien está mal”, entona contradictorio como siempre. En la pantalla se lee parte de la letra del tema, como para que el público no dejé de cantar junto a él, como lo hiciera durante toda la presentación.
Con los ojos cerrados entona “Animal Nocturno”. Confesiones de amor, propuestas de casamiento, proposiciones de paternidad. Lima grita desbocada. Él prosigue con sus versos enrevesados. “El mismo día en el que me di cuenta que decirle algo hablando a una mujer es muy diferente a decírselo cantando, decidí dedicarme a esto. Decirle ‘No es ninguna aberración sexual, pero me gusta verte andar en cueros’ (afirma hablando)a una mujer es muy diferente a decírselo cantando”, le dice al público por primera vez en la noche y decide ensartarle su canto a la calatería: “Desnuda”.
Luego el escenario empieza a rotar y se devela una de sus más interesantes peculiaridades: va cambiando cada tanto, tiene dos caras y encima, la decoración de cada uno de los espacios varía también. Estamos en un bar, en una especie de teatro descuidado, luego en un circo, después en un departamento más casual que el primero. Lima solo se deja llevar, con Arjona va donde sea, parece decir.
“Perú, buenas noches. ¿Cuánto ha pasado desde la última vez? Por los amigos, por la comida que comí aquí, por todo estoy dispuesto a quedarme hasta que estén cansados”, sentencia este apetecible hombre maduro.
“Acompáñame a estar solo”, la invita luego. “El amor”, dispara después, tras confesar que aunque “el amor es una belleza, también ha venido a jodernos un poco la vida”. El artista de 48 años decide mostrarse sensible y entona, en un escenario con una enorme carpa de circo, “Mi novia se está volviendo vieja”, edípico tema dedicado a su mamá, de quien pasa fotos en pantalla. Lima lo aplaude desmedida, nada más tierno que un hombre que grite su devoción por su madre. Claro, eso cambia muchas veces cuando una llega a conocer a la mujer en cuestión, pero ese es otro tema.
El escenario cambia una vez más. Nos lleva a un bar. Lugar en el que Ricardo se atreve a entonar uno de sus grandes éxitos de antaño: “Historia de taxi”. Una mujer sentada a su lado le hace los coros. Mientras él, juguetón, le pone la mano en una de sus piernas. Luego, la guapa violinista que hizo los honores al comienzo del show interpreta, junto a un segundo y talentosísimo músico, un interesante dúo de violín.
El guatemalteco recarga la ametralladora y dispara una seguidilla de cocteles molotov al corazón. “Cuándo”, “A ti”, “Cómo duele”, le dice sin descansar, sin dar tregua. Lugo saca un As bajo la manda.
EL PERFECTO IMPERFECTO
Comienza a leer los carteles que entre el público se asoman. Propuestas de matrimonio, confesiones de amor. Luego empieza a buscar a la elegida. Finalmente posa su atención en una rubia. “¿Cuántos años tienes?”. Tras corroborar que se había instalado ya en la base 4, le pide que suba al escenario y empieza a cantar la ya antiquísima “Señora de las 4 décadas”. Aunque el hombre más deseado de la noche le canta casi al oído, la rubia parece poco entusiasmada, tal vez no le gustó mucho que se gritara su edad ante más de 15,000 personas, igual se despide, cortés.
Arjona continúa luego con la cháchara, con los cortavenas temas, con la sensualidad que exuda un sensible macho alfa. ¿Es simple pose o el cantante es realmente un hombre perfecto? Lima ni siquiera se detiene a preguntárselo.
Luego pasa a contar una historia. “Conocí a una mujer que tenía una cintura extremadamente pequeña y una mente inmensa. Por eso era peligrosa”, afirma y comenta que por aquella envidiada anónima escribió la conocida “Dime si él”. El tema llega después del prólogo. Lima canta a viva voz, como siempre.
“Si el norte fuera el sur”, aterriza luego para hacer que Lima se mueva. Pero el clímax no llega hasta “El problema”, paraíso de las confundidas, de los complicados, de las saladas. Las gargantas se desgarran casi afónicas, pero prosiguen decididas, necias. “Lima muchas gracias”, dice mientras agita una mano y manda besos volados. Lima patalea. A los minutos el amado y odiado guatemalteco regresa con “Minutos” para volverse a ir. Luego vuelve una vez más con el cierre de un espectáculo impecablemente orquestado. “Mujeres”, entona feliz. Agradece y se va conforme. Esta vez para ya no volver.
Lima está exhausta, pero contenta. Nunca paró de cantar con él, de completar sus frases, nunca se sentó. Los novios sacrificados sonríen. Ellos tampoco pararon de moverse al son de una música exquisitamente interpretada por un grupo de talentosos músicos, entre ellos violinistas, bateristas, guitarristas, trompetistas. Lima parece convencida. A Lima parece ya no darle vergüenza aceptar que sí pues, que para bien o para mal le gusta Arjona. Que le encantaría tener un hombre así en casa. Que sí le gusta el romanticismo, aunque sea contradictorio, predecible, empalagoso. Que también quiere que le compongan una canción, que le digan que le gustan hasta sus “líneas de más”, que él le confiese que sigue pensando en ella a pesar del tiempo, de la distancia. Tal vez la que piense eso no sea Lima. Tal vez esa sea yo.
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Fuente: El Comercio