La bailarina cambió las mejores escuelas de danza del mundo para crear un programa social.
Bailarina, coreógrafa, “ángel de los arenales”, esposa, madre. Vania Masías siempre se muestra ante los demás como una mujer fuerte, con mucha vitalidad y no deja de tener para todos una sonrisa . Pero, ¿qué hay más allá de esa dulce mirada? Hay cierta tristeza que ella misma no puede explicar y que la marcó para siempre. De niña siempre se preguntaba por qué nació en un hogar tan privilegiado, cuando afuera había personas que la pasaban muy mal.
Frente al mar, nos confesó que pasó por un momento de depresión absoluto, pues salir de una burbuja y abrirse a la cruda realidad de su país le causó un dolor muy fuerte, que casi no lo podía soportar. Decidió despojarse de todo lo que tenía, con el fin de hacer un cambio por su amado Perú. Es así, que crea un programa social para rescatar a miles de jóvenes talentosos y de escasos recursos económicos que viven en situación de peligro.
Su esposo Eric y su pequeño Adrián son sus “motores” para continuar con esta gran labor, la que está dando grandes frutos a favor de la sociedad.
¿Qué recuerdas de tu niñez?
Fui una niña afortunada. Crecí con todo lo necesario. Tuve una educación y una alimentación de primera.
¿Eres hija única?
Te podría decir que vengo de dos camadas. Tengo dos hermanos que nacieron antes de la Reforma Agraria. Ellos me llevan, en diferencia de edad, entre 9 y 12 años. En cambio, Vasco y yo nacimos después y con más privilegios.
¿A qué te refieres con más privilegios?
Lo que pasa es que mis hermanos mayores no tuvieron la oportunidad de gozar de todo lo que tuvimos nosotros. Mis padres se recuperaron económicamente en sus empresas y los hijos más pequeños recibieron mejores cosas.
¿Qué recuerdos tienes de tus padres?
A mi papá siempre lo vi trabajando. Él se sacaba el ancho por nosotros. Es muy disciplinado como padre, profesional y deportista. Mi madre también es muy trabajadora. A ella le encanta la pintura y es de un nivel de cultura muy alto, con decirte que se lee dos a tres libros a la semana. Ellos nos hacían escuchar música clásica y mi madre se conoce los boleros y todos los valses criollos que te puedas imaginar. Además, los canta cuando estamos todos juntos.
Tú eres muy humilde con todos los que te rodean, ¿eso lo aprendiste de tus padres?
Ellos siempre me decían que no hubiesen salido adelante, sino fuera por la gente con las que trabajaban.
¿Tus papás te presionaban para ser disciplinada en la escuela y en tu carrera?
Ellos nunca me han tenido que decir nada. Yo los he visto trabajar duro. Si ellos tienen todo esto, es porque se han sacado la mugre. Soy consciente de que si alguien quiere hacer bien las cosas y tener frutos, debe trabajar muy duro.
¿Nunca te incomodó tanto control en tu hogar?
La verdad, no. Crecí en un ambiente maravilloso, muy sano. Nunca vi drogas ni alcohol. Y a pesar de que mis padres eran tan disciplinados, me daban la libertad de decidir lo que yo quería. Jamás me castigaron. Pero sí recuerdo que cuando yo no iba al ballet, mi padre me decía: “Ok, Vania. Si tú no quieres ir al ballet y ser una mediocre más, es tu decisión”. Eso me hacía sentir peor, así que no volvía a faltar a mis clases.
Si tus papás trabajaban tanto, ¿en qué momento se divertían con ustedes?
Por su trabajo, crecí en Chincha donde la pasaba muy bien. En los momentos de diversión nos llevaban a la playa de Ancón y también hacíamos muchos viajes por el Perú. Ellos nos decían que, primero, debíamos conocer nuestra tierra para luego viajar al exterior.
¿A qué edad viajaste al extranjero?
Recién llego a conocer Disney a mis 16 años, cuando fui a Boston a bailar. Recuerdo mucho que vi una tienda y me compré muchas cosas porque no lo podía creer.
¿Qué te agrada hacer con tu familia ahora?
Mis padres no viven acá. Pero nos reunimos una vez a la semana en Chincha y la pasamos muy bien todos juntos.
¿Cómo llegas al ballet?
Mis padres me pusieron al ballet cuando tenía 8 años.
Y antes de eso, ¿qué hacías?
A los 3 años hacía gimnasia acrobática, me gustó tanto que la practiqué hasta los 12 años. Por eso, me excita tanto cuando veo a los chicos haciendo acrobacia. Sé hacer flights, saltos mortales, tirabuzón, ¡yo hacía de todo!
¿Llevabas un ritmo muy fuerte, entre tus estudios, la acrobacia y el ballet?
Trabajé muy duro. Pero lo más difícil, al principio, fue el ballet clásico. A mí me gustaba mucho la acrobacia, porque era algo divertido y hacía todo a mil por hora… y pasar a algo más pausado, como el ballet, me chocó.
¿Y cuándo el ballet se convirtió en tu pasión?
Cuando subí por primera vez a un escenario. Eso me encantó. Yo tenía 8 años y debuté en la obra “Coppelia” con Lucy Telge. Después a los 10 años bailé en “Cascanueces” y, desde esa vez, empecé a sacarme la mugre y ser muy disciplinada conmigo misma.
Tu contextura física es diferente a las demás bailarinas de ballet, ¿te lo habían dicho?
Yo no tengo la contextura física ideal de una bailarina clásica y eso es muy duro para mí. Si tú le preguntas a Lucy Telge, ¿cómo era yo? Ella te diría que soy muy trabajadora, muy perseverante…
Tu padre te apoyó mucho para que cumplieras este sueño. ¿Cuéntanos qué hizo por ti?
Cuando tenía 10 años de edad estaba en la decisión de hacer toda mi carrera afuera. Pero mi padre habló con Lucy Telge y deciden traer, de la Escuela de Ballet de Rusia, al mejor profesor. Luego, mi papá convierte su gimnasio en mi estudio de danza y hace otras adaptaciones en la casa para que yo practique.
¿Cómo conociste a tu futuro esposo?
Fue en una reunión de mis amigas de colegio. Cuando lo vi, me impactó. Él es buzo y me gustó mucho. Yo digo que Dios me mandó a este hombre por todo lo que yo hice.
¿Qué te gusta de él?
Es un hombre a todo dar. Me ha ayudado mucho. Él me encontró en una etapa que estuve muy mal. Empecé el programa social sola y estar de cerca a la realidad me llevó a una profunda depresión.
¿Por qué te afectó tanto ver la realidad?
Viví con muchos problemas de los chicos, que me los tomaba de manera muy personal. Me afectó mucho ver de golpe la realidad. Crecí en una burbuja. Yo fui consciente de lo que pasaba a mi alrededor, pero cuando visitaba un barrio pobre empecé a palpar situaciones muy difíciles que no podía manejar.
De niña siempre te cuestionaste sobre la desigualdad que existe en la sociedad
Desde chiquita escribí mucho y, en mis diarios, encontré que esto me afecta demasiado. Ver la realidad me duele, me afecta a un nivel que no puedo explicar. Soy capaz de dejar todo, para que eso cambie.
Pero mucha gente piensa que te estás volviendo millonaria con tus escuelas
La gente se pregunta por qué soy tan desprendida de mis cosas materiales. Y la verdad a mí no me cuesta, lo hago porque quiero que mi país sea diferente. Yo no me hago millonaria con las escuelas de baile, porque busco empresa y autosostenibilidad para que este proyecto siga…
¿Qué te motiva a seguir adelante?
Yo lo doy todo, porque quiero cambios para mi país. Hay una razón y una voluntad muy grande para creer en los jóvenes y que sí vamos a salir adelante. ¡Nací para esto!
¿Ser madre te cambió la vida?
Adrián, mi hijo, me cambió la vida por todos lados. Quiero ser un superejemplo para él. Lo que siento es un amor que nunca me imaginé que sentiría.
¿Qué consejos les darías a los jóvenes?
Si se caen, que se vuelvan a levantar. Que tengan sus sueños claros para que vayan hacia eso. La perseverancia les ayudará a crecer.
Por último, dicen que los bailarines tienen una buena performance en la intimidad. ¿Qué opinas?
¡De hecho!, porque tienes control del cuerpo. Así que le recomiendo a todos a que bailen (risas).
Fuente: Diario Trome