El ex dictador de Liberia Charles Taylor le entregó los diamantes a la modelo. Hoy, que es juzgado por sus crímenes, conviene conocer el origen de esa sangre.
Hay dos Campbell en la historia quemante de los diamantes de sangre. La primera es la supermodelo británica Naomi, quien como testigo declaró la semana pasada que no sabía que las “piedras con aspecto sucio” que le regalaron en una cena en Sudáfrica —hace 13 años— eran un regalo manchado de muerte del ex dictador de Liberia, Charles Taylor.
Desde enero del 2008, el Tribunal Especial de Sierra Leona en La Haya juzga al depravado Taylor, de 62 años, por 11 cargos que incluyen asesinato, amputación de civiles, uso de niñas como esclavas sexuales y por haber financiado una guerra civil bestial en la vecina Sierra Leona. Esta duró 11 años, dejó 100.000 muertos, concluyó en el 2002 y se financió con el contrabando de diamantes que se intercambiaban por cientos de miles de armas.
Campbell también es el apellido del periodista que escribió en el 2003 el libro “Diamantes de sangre”, que de manera acuciante informó sobre la ruta del desangramiento: desde que los diamantes se extraen en las junglas de África Occidental —usando a miles de personas torturadas a punta de limosna y pistola— hasta que llegan a las joyerías de las cosmopolitas Nueva York y Londres. El reportaje inspiró una película de Hollywood y coronó el esfuerzo de organizaciones de DD.HH. que desentrañaron un tráfico que involucró a muchos países con gobiernos dictatoriales y guerrillas sádicas. Y que aún continúa.
VENAS ABIERTAS DE ÁFRICA
Los subversivos de Sierra Leona —vampiros aliados de Taylor, que mutilaban a civiles desaforadamente— usaron Liberia como país intermediario y cobertor. A comienzos de este siglo los diamantes pasaban por República Centroafricana, Namibia, Sudáfrica y, sobre todo, por el Congo. De aquí llegaban hasta Amberes, en Bélgica, donde está el centro más importante de tallado de piedras de Europa.
La guerrilla angoleña obtuvo más dinero por esas gemas sanguinolentas que por la ayuda de EE.UU. para derribar al régimen que durante los años 80 contó con el apoyo militar de Cuba. Llegó a comprar por esto más de US$3.000 millones en lanzacohetes y minas antipersonas para una guerra que dejó 800.000 muertos durante 27 años.
La vista gorda y fofa de Occidente fue tal que en 1998 el presidente de EE.UU. Bill Clinton visitó el continente luego de 20 sangrantes años de ausencia e inquirió sobre el tema.
Pero este no es un asunto de hace unos años. Este mismo jueves el Gobierno de Zimbabue obtuvo US$71 millones en una subasta de 900.000 kilates de diamantes en bruto. A su capital, Harare, llegaron voraces compradores de Israel, Rusia, India y Líbano en jets privados. Poco les importó a estos la condena mundial al país del autócrata Robert Mugabe, que obtiene esas piedras de las minas del este de Chiadzwa, donde el Ejército viola continuamente los derechos humanos.
Esa zona —descubierta en el 2006— es el mayor campo aluvial de África desde que hace un siglo se descubrieron diamantes en Kimberly, Sudáfrica, y sería capaz de satisfacer la cuarta parte de la demanda mundial.
Lo sorprendente es que Zimbabue obtuvo la certificación del Proceso de Kimberly (PK); pese a que el año pasado le fue negado todo permiso por la matanza de 200 mineros en el yacimiento de Marange; donde la población está sumida en la esclavitud.
El PK es un organismo internacional con sede en la histórica ciudad de Kimberly, que desde el 2003 tiene la misión de fiscalizar que las gemas vendidas en el mercado global tengan un origen limpio. No obstante, el presidente del Consejo Mundial del Diamante, Martín Rapaport, denunció: “PK desinfecta diamantes de sangre”. Human Rights Watch (HRW) comprobó la atrocidad: “Descubrimos que decenas de adultos y niños eran forzados a excavar a punta de pistola por el ejército”. Hoy el PK está desprestigiado.
EL ALTO PRECIO DE UNA PIEDRA
Según Global Witness, Partnership Africa-Canada y HRW, los diamantes de sangre siguen circulando impunemente en Sierra Leona, Angola y la República Democrática del Congo, países que no saben explicar de dónde procede el 50% de las piedras que exportan. En Costa de Marfil el contrabando puede llegar a los US$60 millones al añoa través de las fronteras de Mali y Ghana, debido a que sus minas son controladas por rebeldes.
Y hasta hoy el presidente de Burkina Faso, Blaise Campore, es denunciado por usar el dinero de los diamantes clandestinos para facilitar el transporte ilegal de armas de Europa oriental al continente. Lo más grave no es solo esto, sino que para que este tráfico tenga vigencia requiere un mercado del Primer Mundo que lo ansíe, sustente y apañe con sus dólares y euros ensangrentados.
Expoliación sanguinaria de la riqueza de África
US$67,6 millones anuales (en el 2001 superó los 500 millones) supone la venta de diamantes de sangre de la República Democrática del Congo. La mercancía se obtiene a través de países con dictadores que la triangulan.
US$10,2 millones es la cifra en que puede tasarse en este siglo un diamante ensangrentado de Sierra Leona, Angola o República Centroafricana.
US$44.000 es la minúscula cifra con que cuenta el fondo de ayuda a las víctimas de la guerra interna de Sierra Leona, que pide la devolución de las piedras preciosas que le regaló Taylor a Campbell.