En el Día de la Madre, en mayo de este año, Jaime Bayly le hizo una tierna y amorosa entrevista en su programa a su ex esposa Sandra Masías, madre de sus dos hijas. Ese día le dijo: “eres la mujer a quien más he amado y amo”. Hasta le pidió ser su primera dama de resultar elegido presidente de la República. Con semejante discurso amoroso cualquier mujer se ilusiona, pero ahora Sandra sufre. Lloró mucho al enterarse de que Jaime tendrá otro hijo, pero con otra mujer, la veinteañera Silvia Núñez del Arco, y ha decidido romper el diálogo y le ha declarado la guerra al “Tío terrible”, a quien además atendía y cuidaba como si todavía fuera su esposo.
Y no sólo Sandra, sino también sus hijas, Camila y Paola, le han quitado el habla a su famoso papá por olvidarse de las promesas que le hizo a su mamá.
Así lo cuenta el mismo Bayly en su columna que escribe todos los lunes en un diario capitalino.
“Lo cierto es que a Sandra le dolió que yo le confirmase que tendría un hijo con Silvia. Lloró, le bajó la presión, casi se desmayó y yo lloré con ella y le pedí perdón. Como la quiero tanto y me daba pena verla desolada y humillada le dije: No te preocupes, si todavía tienes la ilusión de tener un hijo y quieres tenerlo conmigo, esperemos dos o tres años, a que las niñas se vayan a la universidad en Estados Unidos”.
“Sandra no me perdona el desliz con Silvia, pero sobre todo no me perdona que lo haya hecho tan público tres semanas después de decir en mi programa que quería tener un hijo con ella. Las niñas, comprensiblemente, ven a su madre desolada, contrariada, humillada, y toman partido por ella y me consideran un cabrón egoísta que dejó a su amada esposa para irse con una chiquilla pendeja de veintiún años”.
Más adelante explica que Sandra y él se divorciaron hace diez años, pero la prensa los seguía llamando esposos, porque la relación de ambos seguía siendo muy cercana, de mucho cariño y respeto. “Pero no éramos amantes”, remarca.
Pero desde que Sandra y sus hijas y Jaime viven en el mismo edificio en San Isidro, se habían convertido en casi una familia y todo marchaba bien. “Pero ahora que me han declarado la guerra fría (…) ya nunca suben a visitarme, ahora ya la empleada no sube a recoger mis camisas sucias, ahora ya no encuentro gelatina ni jugos en la refrigeradora, ahora siento el hielo que viene de abajo. Y cuando me armo de valor y voy al primer piso nunca encuentro a Sandra (al punto que no sé si sigue durmiendo abajo o se ha mudado), y muy rara vez encuentro a mis hijas, que me dan un beso seco, comedido y me hacen sentir que estamos en plena guerra”.