Banda inglesa encabezó el festival “Color Night Lights”, que también trajo a nuestra ciudad a Los amigos invisibles y los Illya Kuryaki and the Valderramas.
Estaban todos atentos. Fumando un cigarrillo. Tomando agua. Conversando con los amigos. Y también vestidos con penachos artesanales que saludaban al escenario como un homenaje al ‘the funk soul brother’. Juventud a plenitud lista para saldar una cuenta con los ingleses. Aquellos que solo veíamos por MTV, se erigieron en el escenario. Pero para este momento aún falta mucho: vamos por el principio.
MI AMIGO INVISIBLE
A la hora pactada, aparecieron un grupo de venezolanos afincados en Estados Unidos. Los mismos venezolanos que fueron descubiertos de casualidad por el ex Talking Heads David Byrne, y que luego se convertirían en una de las estrellas del sello Luaka Bop. Los Amigos Invisibles se hicieron visibles con su sonido latin funk que matizaba muy bien con el ritmo de la banda. Los liderados por el cantante “Chulius” desplegaron sus casi dos décadas de oficio sobre la tarima con temas como “Sexy”, “Mentiras”, “Amor” o “En cuatro”. El público agradeció la entrega con los primeros movimientos on the dancefloor. La energía de esta banda, además de los homenajes a David Bowie, Technotronic e incluso el garagero Dick Dale & His Del-tones, fueron motivo suficiente para el entusiasmo. Y aún venía más.
GRACIAS HERMANOS
Minutos después de la despedida de los venezolanos, saltaron al escenario como tigres asiáticos los nacidos en el puerto de Santa María del Buen Aire. Hacía mucho tiempo que Perú los esperaba, su última aparición fue registrada el año 2001 en el Centro de Convenciones María Angola. Algunos meses después los veríamos separarse. El año pasado, Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur, decidieron aplicar la segunda dosis de su potente combo musical y volvieron a la vida con su nuevo disco “Chances” y un videoclip en el que desfilaba desde Andrés Calamaro hasta la Tigresa del Oriente.
Finalmente, Illya Kuriaki and The Valderramas apareció en escena y asestó al público una patada voladora: “Chaco” fue la primera descarga que las cerca de 8 mil personas en el Estadio Nacional no dejaron de bailar. Vestidos con trajes de cuero negro y aplicaciones doradas sobre sus ropas, Spinetta y Horvilleur se deslizaban por el escenario como híbridos de funky dancer y luchadores de artes marciales. “Ula Ula”, “Jaguar House”, “Funky Futurista” y “Jugo”. Los argentinos ejercían su poder sobre el movimiento, su mezcla de disco, hip hop, funk, rock y latin sound, habían encendido la pista de baile del Estadio Nacional.
“Gracias hermanos”, se le escuchó decir a Dante, el hijo querido del enorme “Flaco” Spinetta, uno de los músicos más trascendentes de la música moderna, quien lamentablemente nos dejara el año pasado. Pero los Illya Kuriaki vinieron a bailar y de eso se encargaron. “Expedición al Klama Hama”, “Latin Geisha”, “Jennifer”, “Coolo” y la enérgica “Remisero” fueron el soundtrack de la fiesta que se vivía en el Estadio. La estética retro, la actitud festiva, la eficiencia musical fueron las razones para que Illya Kuriaki elevara los niveles de endorfinas entre la gente y asestara el golpe mortal con “Abarajame”. Lima fue un furor. Y aún venía más.
CORAZÓN Y MOVIMIENTO
Poco antes de la medianoche, con el cuerpo agitado y la frente húmeda, la juventud presente, y también algunos adultos (testigos de parte de la época dorada de la música disco), aguardaban la aparición del ‘Funk soul brother’. Las luces se apagaron, los gritos en estallido, los músicos listos y el cantante aerodinámico se acercó al escenario casi levitando. Jason Cheetham Kay, o simplemente Jay Kay, saludó al público limeño con los compases de “Twenty Zero One”, track del álbum A Funk Odyssey editado el mismo año como un homenaje al director de cine Stanley Kubrick. La noche nublada aún no decaía.
Con una ligera transición, Jamiroquai elevó la frecuencia cardíaca con “Alright”, el funky destilado que ratificaba la categoría los socios de Jay Kay, ejecutando con maestría las bases rítmicas que nacieron del soul, el jazz y el rithym and blues. Vestido con un traje tradicional de los indígenas Iroqué, bajo un sombrero verde de ala corta, aquel muchacho que a los 13 años descubrió en Tailandia la riqueza que esconden los ritmos originales, lanzó hacia el público las letras de “Use the force”, “High Times”, “Little L” y la siempre bailable “Canned Heat”, ejecutada con una instrumentación exquisita.
La voz, el corazón y sus movimientos. Ese era Jay Kay saldando una cuenta generacional que muchos esperaban desde hace más de una década. Para “Runaway”, el hijo predilecto del funk inglés salió al escenario con una casaca de la selección peruana de fútbol, la misma con la que aparecía en el video de la canción Seven Days in Sunny June. El funk soul brother se divertía. “Space Cowboy”, “Main Vein”, “Revolution” y “Cosmic Girl” viajaron por el aire para poseer los sentidos de los asistentes. Delirios crónicos de un público entregado al baile y un cantante que no solo había rescatado el mejor sonido de bandas como Parliament, The Meters, Isley Brothers y el mismo James Brown, sino que además coordinaba cada detalle de la banda, haciendo señas a la mesa de audio para ecualizar bien el sonido de su voz o algún instrumento que no estuviera adecuadamente encuadrado.
Después de “Travelling Without Moving” llegó tal vez el momento más emotivo de la noche: con el suave acompañamiento del guitarrista Rob Harris y las palmas del público, Jay Kay cantó, mejor digo, susurró, la letra de “Love Foolosophy” hasta que el combo incendió la noche con la versión original. El espíritu de la música disco, del acid jazz, del funk bien ejecutado y de la alegría corporal que prodiga esta mixtura, se expandió por todo el Estadio Nacional, con sendos jammins de la impecable orquesta y coros que acompañan a Jay Kay. “Depper Underground” y “White Knuckel Ride” fueron los últimos fulgores de la estupenda presentación de Jamiroquai en nuestra ciudad. “¡Muchas gracias Lima!” se oyó desde el escenario poco después de que Jay Kay recorriera de lado a lado la tarima para saludar, mejor digo, agradecer, al público por su vitalidad. Antes de partir, the funk soul brother se colocó un sombrero que emulaba a un búfalo, regalo de uno de los fans que vio entre las primeras filas: cierre emotivo que resumía la entrega de este talentoso artista ante un mar de danzantes que hicieron suyo el sonido fabricado en Estados Unidos. Tampoco es tan gratuito, solo recordemos que la primera banda de funk latinoamericano fue peruana, Black Sugar, quienes editaron su primer álbum en 1971 con el sello Sonoradio.
Por otro lado, si bien musicalmente el concierto fue correcto, hay que mencionar el pésimo criterio de los organizadores para colocar solo diez baños para hombres y mujeres provocando inmensas filas de gente que tuvo que esperar más de media hora para hacer uso del servicio, además de agotar la venta de cervezas en pocas horas generando malestar entre el público.
Así se vivió esta fiebre de miércoles por la noche. Noche neblinosa pero ardiente, cuando el Estadio Nacional se convirtió en una pista de baile.
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Fuente: El Comercio