José Mariño, se describe como luchador y se siente provinciano. Admite que algunas veces, cuando se enoja explota; pero trata de mantenerse tranquilo.
Tiene más de veinte años haciendo periodismo, ¿no se aburre?
-Es mi pasión. Tuve un conflicto con mi padre porque decidí ser periodista y no médico. Me dijo “si quieres ser periodista tú te las verás”. El referente que tenía del periodista era de provincia, “coimero”, “extorsionador”. Mi papá fue administrador bancario.
¿Fue duro para usted?
-Sí, porque en Lima tuve que dedicarme a la venta ambulatoria por dos años y medio para pagarme la carrera en la universidad San Martín. Vendía libros casa por casa o café tostado que me mandaba mi abuelo de Satipo.
Nació en Lima pero vivió en Satipo desde los 21 días de nacido hasta su adolescencia, ¿se siente provinciano?
-De alma. Lima siempre fue una ciudad extraña y agreste para mí. No me siento limeño. Creo que me marcó el hecho de trabajar como ambulante porque yo me perdía, no sabía dónde estaba, en esa época no había combis. El café lo vendía en el centro de Lima, y los libros en San Isidro, Miraflores o San Borja. Felizmente me fue bien.
¿Esa experiencia le generó rabia?
-No, angustia, tenía temor de que me asaltaran y perder lo que había vendido. La ciudad para mi fue adusta. En ese momento la relación con mi papá fue conflictiva pero ahora es muy buena. Mis padres están vivos, juntos y siguen en la provincia.
¿Hoy viviría fuera de Lima?
-Si pudiera trabajar en provincia en las mismas condiciones laborales que acá, me iría con mi familia. Tuve una niñez y adolescencia sanas porque viví en Satipo, Tarma y Chanchamayo. Yo andaba en la calle en bicicleta o moto, sin mayor peligro. Me gusta mucho la naturaleza, el sol. No me agrada el frío.
¿Es buen papá?
-No lo sé, procuro serlo todos los días porque no es fácil; pero si algo le puedo asegurar es que a mis hijos los quiero mucho… (Se le quiebra la voz)…mucho… son mi vida.
¿Tiene cargo de culpa?
-No, no, no. Ellos han entendido que el tiempo que no estoy con ellos es para su beneficio también. Yo trabajo en función a mi familia, no soy soltero. Y lo han asimilado bien.
¿Y su pareja?
-También. Cuando salió embarazada trabajaba en un medio escrito, y tomamos la decisión de que se dedicara a los chicos y que yo asumiera la responsabilidad económica en mantenerlos. Es lo que hasta ahora hacemos.
¿Es difícil para un hombre hacerse cargo de su hogar?
-Para un hombre como para una mujer…
Pero el mandato social todavía es que ustedes se hagan cargo…
-No me siento cargado por eso, cada uno cumple su rol. Ella administra el dinero, yo no se hacerlo. Sólo me quedo con cien lucas. Es extraordinaria, ella está criando un par de chicos inteligentes, libres y honestos.
En estos tiempos no es común…
-No, pero nos ha costado. Hemos tenido momentos críticos económicamente, y también le ha costado no ejercer más el periodismo, obviamente. He tenido que ayudarla para que no se sienta mal por eso. Tenemos quince años de casados.
¿En el trabajo también comparte?
-Si y no. A veces pienso que si no lo hago yo, otro no lo va hacer bien. Tengo eso. Pero me gusta trabajar en equipo también. Uno aprende a delegar. El periodismo es un trabajo en equipo.
Le formulo nuevamente la pregunta inicial ¿no le aburre el periodismo?
-Después de veinte años, claro, los políticos tienen el mismo rollo; a veces me cansa pero lo asumo como una experiencia de vida porque las satisfacciones que me da son mayores, como ayudar a la gente en solucionar un problema concreto.
¿Le parece que el periodismo social es un periodismo político?
-Hay un nexo, porque si hay un problema social es porque existe una desatención del Estado.
¿Qué aprendió como director periodístico?
-Tener un manejo informativo completo y complejo, y estar a cargo de setenta y cinco personas. Me dio la satisfacción de organizar todo, al equipo, las noticias. No estaba quieto. Fue una vorágine. No me estresó, pero a veces me molestaba atender llamadas de la oficina cuando almorzaba o cenaba con la familia. Pero tenía que hacerlo.
¿Tiene un “lado oscuro”?
-Todos tenemos un lado oscuro (risas) pero procuro no tenerlo, mis demonios los tengo bien encerrados. Soy una persona pacifica, pero cuando me llega algo me enojo, reviento y generalmente lo hago mal.
Es violento…
-No lo soy, es hartazgo. No se odiar por fortuna, ni envidiar. No enveneno mi alma con rencores ni resentimientos. Si alguien me hace daño, lo perdono.
¿Ya perdonó a Genaro Delgado Parker?
-Ya volteé la página, para mí ya pasó. La vida se encarga de pasar la factura. No soy un tipo mala leche.
¿A qué le tiene miedo?
-A que les pase algo malo a mis hijos.
Su apellido materno es húngaro, ¿ha heredado algo de esa cultura?
-Tengo el temperamento de mi abuelo materno, Andrés. Él si era húngaro-rumano. Aprendí de él a no tenerle miedo a quien es poderoso o cree serlo. Y eso me sirvió en la larga batalla que sostuve con la administración anterior.
¿Qué recuerda de su abuelo?
-Llegó al Perú con sus padres y hermanos a los 9 años, antes de la segunda guerra mundial. Dejó de hablar el húngaro y aprendió el asháninka porque se fueron a la selva central, debido a la muerte de su padre, para acogerse al programa de repoblamiento que impulsó el presidente Augusto B. Leguía. Viajaron y en el camino su hermana murió de neumonía. Él, su hermano y su mamá se quedaron. Fue muy luchador. Hasta ahora está en pie la casa que construyó con sus propias manos. Siento orgullo de él.
¿Se siente luchador?
-Creo que lo he heredado, a mi abuelo nunca lo vi derrotado.