Entre arremetidas, muestras de cariño, mucho desenfreno y una buena dosis de masoquismo, los españoles brindaron un concierto inolvidable
Dos pájaros españoles que sobrevuelan desde hace décadas el firmamento estelar. Un solo recital. Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat volvieron juntos a nuestra ciudad para contraatacar, disparando contra los nostálgicos, los enamorados, los solitarios, los rebeldes. Salieron desprejuiciados como siempre, salieron como de costumbre, a matar. Aquí el resumen de un show repleto de luces y sombras, dimes y diretes, sarcasmo a la yugular y compañerismo a la vena.
Un Jockey Club parcialmente lleno. La gente sentada empieza a clamar por ellos. Se prenden las luces del escenario. De pronto dos pajarracos aparecen en pantalla, las lúdicas representaciones de los hombres que están por llegar. Lima se ríe a carcajadas con sus ocurrencias. Grita esperando a los ídolos de las calles vacías, las mil mentiras, las estaciones de tren y los nombres que saben a hierba. Aparecen por fin, ataviados de negro, con sombreros redondos. Lima ovaciona, ellos agradecen.
Lo que llega primero es una pieza compuesta por una canción de Sabina y otra de Serrat: “Ocupen su localidad” y “Hoy puede ser un gran día”. Lima aplaude. Ellos empiezan con la irreverente cháchara. “¿Qué opinas de la Haya?”, pregunta Joan Manuel tras mandarle algunos embates a su compañero de lidia. “Depende de si estoy en Santiago de Chile o en Lima”, dice Sabina, un hombre siempre desfachatado que hoy funge de diplomático. Lima ríe.
“Algo personal”, aterriza después. Luego empiezan los acordes de una bomba emocional creada por Sabina. “De sobra sabes que eres la primera, que no miento si juro que daría por ti la vida entera”, comienza a cantar Serrat, para luego dar paso a su compañero andaluz.
Un barco aparece en pantalla, el más célebre trasatlántico. “La orquesta del Titanic” entonan luego los cantautores. La pantalla nos sitúa en la escalera que Leonardo DiCaprio hizo popular. Luego Sabina se queda en el escenario y empieza a contar la historia de cómo, según él, conoció a Serrat.
Londres hace 40 años. “Yo era una rata de alcantarilla. Mientras Joan Manuel estaba entre dos cosas: Vargas Llosa y Natalia Málaga. Yo, entre Melcochita y el marido de Susy Díaz”, afirma el andaluz, provocando una vez más una carcajada general. Continúa hablando. Luego un ruido seco estalla en nuestros oídos. El audio se pierde. El músico gesticula. Luego se retira. “Estas cosas pasan hasta en las mejores familias, que no es nuestro caso”, afirma divertido al regresar.
DE LIMA Y OTROS DEMONIOS
Luego Sabina nos mira de frente. “Esta canción sirvió para que mi cholita (Jimena Coronado, su pareja) se viniera a vivir conmigo a Madrid”, indica el hombre de la voz “de lija”, quien además le dedica el tema a sus amigos peruanos, Alfredo Bryce Echenique incluído. “Rosa de Lima” llega como una oda para la ciudad. El coctel molotov para el alma no ha terminado. “19 días y 500 noches” canta ahora el español. Lima lo hace con él.
Serrat sale después, solo esta vez. Se siente cercano, sensible. Con su “voz de terciopelo”, según califica Sabina, entona un tema de su compañero: “Eclipse de mar”.
Luego se juntan de nuevo. Sabina de blanco. Serrat de negro. Hablan divertidos, hasta que llega uno de los homenajes más sentidos de la noche, el que le rindió el andaluz a la fallecida Chavela Vargas, a quien se dirigió cantando el tema que ambos entonaran: “Por el boulevard de los sueños rotos”. Tras terminar, el hoy caballero se saca el sombrero y mira al cielo. La recuerda.
Temas como “Princesa” llegarían después. Luego, Serrat entona “La Magdalena” de Sabina y este luego regala una interpretación de uno de los himnos de su compinche: “Tu nombre me sabe a hierba”. Ambos se van una vez más.
EL FINAL
Regresan ataviados con chalecos. El andaluz lleva un parche en el ojo. Pícaro entona junto al catalán una canción que suena a libertad, un tema para soñar: “La del pirata cojo”, interpretación que finaliza con un divertido Joan Manuel haciendo malabares con unas pelotas amarillas.
Se sientan frente a una mesa. Alzan dos copas. Brindan por ellos, por Lima, por estar juntos. Inician una extensa charla. Se atacan divertidos y se ríen cómplices. La cereza de este errático pastel llega con canciones como “Estos locos bajitos”, “Hoy por ti, mañana por mí”, “Más de cien mentiras”, la cual termina con ambos cantando una frase que sabe a gloria: “Sin el Perú, sin Lima, nada sería posible”. Sabina coge la mejilla de su secuaz, afectuoso, lo abraza.
Luego viene la canción del masoquismo, esa con la que tantas veces me maltraté psicológicamente, esa que alguna vez me cantaron porque sí, pero que quise que me dedicaran de verdad; “Contigo”, tema que cantan a dúo y en la que Sabina dedica una estrofa a Barranco (… “ni Barranco sin ti”) y a una “cholita de ojos tristes”. El clímax se extiende con “Cantares”, “Aquellas pequeñas cosas” y “Y nos dieron las diez”. Luego presentan a su banda y después se van para luego volver.
“Gracias Lima. Gracias Perú como siempre”, vocifera Sabina. Cantan “Que se llama soledad” y “Fiesta” para terminar. Se van abrazados. Lima aplaude de pie. El ataque ha terminado, la bomba molotov de emociones, de terrenales devaneos, la balacera de desencuentros que emitió un dúo de cómplices que, a pesar de los golpes, parece indivisible. Eterno.
Fuente: El Comercio